sábado, 22 de junio de 2013

   Cada nueva temporada, mezclada con la ilusión y la esperanza propias de las nuevas capturas y sensaciones que vamos a vivir en el río, cohabita en nuestro interior la idea de todo lo negativo que hemos acumulado año tras año. Aguas contaminadas, legislación incoherente, espacios cada vez más pescados y los errores acumulados de una vida… Estamos obligados a buscar alternativas que compensen las jornadas de batalla y mantengan viva la llama interior de las sensaciones a pie de río, restándole importancia al número o al tamaño de las capturas, siempre que cada lance nos renueve y haga crecer como pescadores. Cuanto más si hemos volcado nuestras fuerzas en mejorar como mosqueros, aprendiendo y transmitiendo, al mismo ritmo que descienden las corrientes, la experiencia y sabiduría de cada vuelta de hilo en el torno, de cada loop bien realizado, de cada clavada y tiento tras la subida del pez.

 



   Se me ocurre que una vuelta al pasado no tan lejano, es la solución para que las sensaciones gratificantes desplacen de nuestro cerebro, definitivamente, a esas malditas diosas griegas enemigas de los pescadores : Desidia y Desgana. Me acuerdo, entonces, de la Hardy de siete pies y medio pintada a mano, con el escudo de la familia real inglesa cosido en la raída funda, de la línea paralela en seda natural que reposa en espiral en algún carrete olvidado y de aquellos bajos torsionados que conseguía construir – no exentos de dificultad- con la misma seda que daba vida en la mesa de montaje a alguna pequeña efémera. Recuerdo decirle a mi hijo, asustado al perderme de vista unos segundos, que algún día yo faltaría para siempre, pero me podría encontrar y hablarme, tan solo con mirar al agua.



   Todos tenemos en el recuerdo, un escenario idealizado por las experiencias magníficas de alguna tarde, que nos puede ayudar en este ejercicio de terapia común. Y del mismo modo que si fuese el suyo - amigo lector- el mío es un sin muerte a veinte kilómetros de distancia en el espacio y diez años en el tiempo, del que busco referencias en un par de llamadas de teléfono. La perspectiva es buena; todavía hay pintonas bajo las chorreras, en las cabeceras de los pozos y en las posturas clásicas. No hay disculpa, busquemos todas las piezas de este puzzle en cajones y armarios, intentando recordar dónde se sacaba el coto. No vamos a llevar vadeador ni chaleco, fieles a las normas de los Mac Lean.



   Está como siempre. Hermoso en su longitud, mil posturas cada cien metros y pocas truchas en cada postura. Sin embargo, el olor, la luz y el sonido frío de las caídas breves de un breve caudal ecológico suenan a música celestial. Essential skills volando por todas partes, y ningún movimiento. Se activa en nuestras mentes el sentido del agua y, como salidas de un cuento, pequeñas –muy pequeñas- damas del río, empiezan a tomar una hormiga alada tras dos días de tormentas.





    Subamos río. Frontales, laterales y rodados se suceden y multiplican bajo la mirada atenta del subconsciente, respetando los criterios de Kriegger. Y ya van cinco subidas sin poder tirar del morro a las minúsculas truchillas que se atreven a intentarlo. No vamos a caer en el desánimo, pues al límite de la mirada vemos la postura que nos ha sacado de más de un apuro. Ahí estás. Con esa gran roca creando vida en forma de corriente a ambos lados, profundidad y superficie; piedra y agua.

   Nos adentramos hasta el lugar adecuado, a la distancia adecuada, y comezamos a lanzar. Una y otra vez intuyendo el movimiento bajo la mosca ya cambiada – ahora un tricóptero en pelo de ciervo con hakle gris claro- sin confianza en el engaño. Cada falsa subida crea hondas en nuestras aortas y conscientes del momento, adelantamos un poco el pie izquierdo sobre su apoyo. Posa el trico en el comienzo de la corriente y lo dejamos bajar , sin draga, hasta el blando del agua.

   Franca, como si adivinase un insecto natural, sube y toma con fuerza. ¡God save the Queen! -grita Sir Edwards- tras la roca, y antes de ser totalmente conscientes, hemos clavado al otro lado de la línea. Hermoso tiento, con la seguridad de un buen agarre, que hace adivinar una batalla corta en el tiempo pero inmensa en el recuerdo, contra un ejemplar que en esta ocasión, sí da la talla.



   Nos deja colocarla  en el hueco de la mano, evitando rozar la línea lateral, y cede derrotada a nuestras intenciones. Ese amigo que no siempre nos acompaña – llamémosle Pepe- se encarga de inmortalizarla en su Pentax y en nuestras neuronas para devolverla a su lugar, dándole los cuidados merecidos a tan brava contendiente.



   Sabemos que no va a suceder nada más. Lo que queda de tramo y la tarde que muere sobre nuestras espaldas susurran que ha sido suficiente. Llenos de vida desde las botas hasta la gorra aprovechamos para ensayar lances y posadas con curvas negativas y positivas. Como la vida. Llena de curvas positivas y negativas tras cada tabla, tras cada poza, tras cada recodo.

   Y mientras hacemos a pie el camino de vuelta, ya con la caña plegada, vemos el rostro de nuestro hijo en las hojas de los sauces, visualizamos aquellas cañas que nunca salieron de sus fundas, haciendo un acto de contrición sincero, esperando que las aguas perdonen todas nuestras faltas. Y volveremos a recordar lo importante que es la vida en sí, los amigos, la humildad, la nobleza, tu familia y el amor verdadero. Como la reina del agua que acaba de volver a la vida. Franca.

   Sin duda, cada pescador puede expresar su sentido del agua de una manera diferente. Puede estudiar cada movimiento de la vida que rodea al río. Puede incluso establecer sus propias técnicas y obtener sus propias conclusiones simplemente observando lo que ocurre alrededor. Pero al final, de algún modo, todos volvemos al río a escuchar. A escuchar esas palabras – bajo las piedras- que nuestros seres queridos nunca nos han dicho, o a contarles todo aquello que no hemos tenido el valor de decirles.

  De algún modo, continuando con la paráfrasis de Norman, a todos nosotros, las aguas nos han embrujado.